martes, 19 de octubre de 2010
¿Por qué el Gran Tamerlán? Bienvenidos a mi blog.
Hace unos años, no sé cómo ni por qué, di con un libro ( Viaje al Silencio, de F. López-Seivane) que trataba sobre Asia Central. Lo leí con avidez, pues desde pequeño me habían interesado la ruta de la seda, las historias sobre Marco Polo y las leyendas sobre una ciudad lejana y exótica, emplazada en un oasis en medio del desierto y cuyo nombre es Samarcanda. Se trata de la capital histórica de la actual Uzbekistán y es la ciudad más lejana a cualquier mar que hay en el mundo. En dicha ciudad, repleta de monumentales mezquitas y madrasas, hoy en día pobre y decadente, se levantó uno de los mayores imperios que ha habido en la historia de la Humanidad. Fue hace exactamente seis siglos y el artífice de todo ello fue el Gran Tamerlán. Dicen que era cojo origen nómada y mongol -que no mongólico- y que nunca pisó una escuela. Pero sus tropas impusieron un férreo orden y causaron temor y admiración desde Siberia hasta Polonia y desde India hasta San Petersburgo. Su fama llegó hasta Castilla, reinada entonces por Enrique IV, hasta el punto que éste envió a Samarcanda a su mejor embajador, Ruy Gonçales de Clavijo, con el objeto de entablar relaciones diplomáticas con Tamerlán. El Imperio levantado por este señor, que abarcó toda la estratégica Ruta de la Seda, desapareció con su propia muerte. Duró sólo treinta o cuarenta años. Fueron tres o cuatro horribles décadas en las que multitud de ciudades euroasiáticas fueron quemadas y saqueadas, en las que numerosos pueblos nunca pudieron dormir tranquilos por miedo a las cruentas incursiones de los fieros guerreros mongoles. Miles, sino millones, de los súbditos de Tamerlán fueron asesinados, cientos de miles de mujeres y niñas fueron violadas e importantes monumentos de ciudades rusas y turcas fueron destruidos para siempre. Dice la leyenda popular que Tamerlán era tan sádico que disfrutaba viendo cómo empalaban a delincuentes de poca monta mientras él comía. Pero no todo en la persona de Tamerlán era tan oscuro, teniendo en cuenta también que ha habido mucha leyenda negra sobre su Imperio, al igual que ocurre desafortunadamente con nuestra leyenda negra española. Podríamos decir que Tamerlán creó el primer Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Historia, pues dilapidó su enorme fortuna contratando a cientos de sabios e inventores procedentes de todo el mundo musulmán, quienes lograron importantes avances científicos y técnicos en campos como la astronomía, las ciencias de la naturaleza, la geometría y la medicina. Por ejemplo, mandó construir el mayor observatorio astronómico conocido hasta entonces e impulsó la creación de algo parecido a un zoo, en el que guardaba con mimo numerosos animales exóticos (jirafas, leones, cocodrilos...), los cuales eran regalos que las embajadas de todo el mundo se habían visto obligadas a hacerle cada vez que acudían a su palacio imperial para rendirle honores. Como curiosidad, nuestro embajador Ruy Gonçales le obsequió con un águila real llevada desde Castilla, la cual sorprendió y agradó especialmente al Emperador. No era Tamerlán un hombre muy religioso para su época, aunque formalmente era musulmán. En un mundo en el que en Occidente se quemaba a la gente por decir que la tierra giraba alrededor del sol, en el Imperio de Tamerlán siempre predominaron la razón y la ciencia sobre la superstición y el fundamentalismo religioso. Pese a sus orígenes nómadas y su inicial analfabetismo, fue un hombre autodidacta y convirtió a su Corte en un ejemplo de refinamiento, arte, cultura y tolerancia. Todo el mundo recordará siempre a Tamerlán como un ser cruel y desalmado, pero también como un estratega extraordinariamente inteligente, perspicaz y avanzado para su época. Esa ambivalencia de nuestro personaje, su doble cara, así como lo poco que perduró su legado, es lo que me ha llamó poderosamente la atención de este héroe o villano medieval. Así pues, el Gran Tamerlán me hace reflexionar sobre la coexistencia del bien y del mal en la naturaleza humana, la dificultad de juzgar a los personajes históricos y sobre lo fugaz de nuestra vida y de nuestras obras. Bienvenid@s a mi Blog. Espero que podamos compartir muchas experiencias agradables durante el próximo curso.
lunes, 18 de octubre de 2010
DESCRIPCIÓN DE LO QUE HAY DEBAJO DE MI CAMA
Un primer vistazo a la fotografía no causa mucha impresión. Una cama encima de otra y debajo del todo unos cajones que guardan objetos muy corrientes y poco llamativos. No hay sorpresa, no hay colorido, no hay orden ni caos, no hay nada que llame la atención. Esta imagen nunca llegaría a estar colgada en una exposición de fotografía de un museo ni serviría de inspiración a un poeta romántico aficionado. Ni siquiera sería interesante hablar de esto en una banal conversación de peluquería de extrarradio. Se trata solamente de unos cajones ubicados debajo de una cama abatible de una pequeña y oscura habitación situada en un céntrico piso de la capital. Ya sé, lector de estas intrascendentales líneas, que usted está esperando que le describa minuciosamente los objetos que guardan polvo entre tablillas de contrachapado, los cuales apenas se distinguen en la imagen. Aguarde un momento, pues este cutre cuadro suscita ahora mismo en mí reflexiones y recuerdos que me urge más expresar. Así pues, me estoy acordando de aquel día de los años noventa en el que arribó a mi habitación este mueble hecho a medida, para poder así albergar el descanso de mi hermano mayor y el mío propio en nuestro nuevo y pequeño piso madrileño. Este mueble tan corriente representa como ningún otro la racionalidad y la necesidad de buscar soluciones inteligentes y económicas a la falta de espacio en nuestras soviéticas viviendas de hoy en día. Me hace reflexionar sobre el hacinamiento en las grandes ciudades y sobre la falta de espacio vital que sufrimos. Pero, ¿Qué es lo que guardan estos cajones?. Pues, aunque no lo parezca a simple vista, contienen frustración, vaivenes vitales y también algunos recuerdos agradables. Demasiado para tan poco espacio y tan insignificantes objetos. En la parte derecha de la imagen se puede apreciar la frustración en forma de almohada arrugada y de pijamas de verano e invierno –estamos en entretiempo- desordenados, feos y revueltos. Sería muy poético evocar aquí y ahora los sueños, desvelos, pensamientos y momentos íntimos de los que han sido testigos todos estos útiles del descanso. No lo haré. Sin embargo, sí que hablaré de la frustración de aquel niño rubio y pecoso, recién llegado a un nuevo barrio, que quería tener su propia habitación, su propio espacio en el que jugar, estudiar y descansar. No pudo ser así, por mucho que insistí y supliqué. Se tuvo que buscar un espacio para guardar las almohadas, los cojines, los pijamas, etc., pues el armario empotrado de la habitación ya tenía bastante con la ropa y el calzado de dos chavales. Qué amargo fue para mí al principio compartir habitación con un hermano, pero cómo echo de menos ahora esas peleas y esas tertulias nocturnas.
Miremos ahora a la parte izquierda de la imagen. No se distinguen muy bien, pero lo que hay básicamente es carpetas de apuntes. Apuntes de Derecho Mercantil, Derecho Administrativo, Teoría del Derecho y Derecho de no sé de qué más. Están minuciosamente archivados y etiquetados, sin que se hayan vuelto a consultar en muchas más ocasiones. Aquí hay guardadas interminables horas de estudio y aprendizaje. Se trata de conocimientos que ahora duermen el sueño de los justos en un cajón, pero que perdurarán en mi memoria hasta que exhale. Podríamos decir que este cajón izquierdo representa parte de mi biografía, de un giro en mi formación académica difícil de explicar a terceros, pero del cual no me arrepiento. Podría describirle, señor lector o señora lectora, detalles tales como el color de las carpetas que hay dentro de las bolsas de plástico de “El Corte Inglés” o las tonalidades de los pijamas, arriesgándome a que mis daltónicos ojos erraran a la hora de describirlos. Le ahorraré detalles superfluos y poco interesantes. Sí que le diré por qué pienso que ni en las conversaciones más absurdas se habla de lo que hay debajo de nuestra cama. La razón es que las camas esconden debajo de sí gran parte de nuestras miserias, de nuestras intimidades, de nuestros tiempos pasados. Debajo de la cama me escondía cuando era un quinceañero que hacía novillos en el colegio y de repente oía que la puerta de casa se abría. Era mi madre, o quizás mi padre, que se habían olvidado algo y habían regresado a casa por un momento. Estos cajones contuvieron en su día algo más que apuntes y fueron el cofre en el que se almacenaban las típicas cosas que no quieres que tus padres encuentren cuando eres un adolescente. Pero todo eso ya pasó. Quién hubiera dicho que un cajón bajo una cama me haría sonreír recordando viejos tiempos. Otro día, describiré lo que hay en la bolsa de la basura. Quién sabe por qué derroteros nos puede llevar tal hazaña literaria.
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