sábado, 4 de diciembre de 2010

Mi hermano

"Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos.Fueron los siete minutos más largos de mi vida, y lo que a la postre determinarían que mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá.Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine... aunque ello me costara el final de la película...
Aquel jueves me levanté a la hora habitual, las seis y media de la mañana. Aunque no necesitaba levantarme tan temprano, pues mi jornada laboral comenzaba a las 9 de la mañana, seguía con la obsesión de salir de casa antes que mi hermano, el cual entraba a la misma hora que yo. Además, levantándome antes podía ganarme el cariño de mi madre, pues ella se levantaba un poco más tarde que yo y agradecía enormemente que le tuviera preparado el desayuno. El día que acababa de comenzar era un día de diario, valga la redundancia, como otro cualquiera, uno de esos jueves en los que uno madruga pensando que es el penúltimo día de la semana en que tiene que realizar tan enorme sacrificio. Bueno, en realidad aquella semana era un poco especial, pues ese domingo también iba a tener que madrugar por una historia en la que me habían metido mis compañeros de partido. Había estado toda la semana un poco deprimido por tal circunstancia y maldiciendo el día en que me había dado por afiliarme a un partido político. Iba a tener que estar de interventor en una mesa electoral. Después de todo el estrés acumulado durante la semana, teniendo que trabajar 10 horas al día con mi hermano mayor en el pequeño negocio familiar de un tío nuestro, solo iba a tener un día de descanso. Cuando salí de casa sobre las 7:15 de la mañana todavía era de noche, hacía bastante frío y se notaba bastante humedad en el ambiente. El hombre del tiempo había dicho que podía llover. No me acuerdo en qué pensé, con quien me crucé ni qué música escuché en mi "discman" de camino a la estación de tren . La verdad es que cuando llevo a cabo acciones rutinarias, como andar de mi casa a la estación y coger el mismo tren de todos los días, suelo ir bastante absorto en mis pensamientos, de forma que nada se queda grabado en mi disco duro. De hecho, el último recuerdo claro que tengo de aquel día es la frase que me dijo mi madre antes de salir de casa: "No sé por qué tienes que salir tan pronto de casa. Podrías ir con tu hermano al trabajo y así él te llevaría en coche". Me acuerdo concretamente de ello porque aquella mañana rehusé responder a dicha frase, que solía repetirme mi madre día tras día y que cada vez me enervaba más. Yo siempre le había contestado,con formas poco agradables, diciendole que me fiaba más del transporte público, que mi hermano salía siempre apurando el tiempo y que más de una vez habíamos llegado tarde por culpa de los atascos. En realidad, yo me enfadaba cada vez que me veía obligado a contestar a aquella insistente pregunta porque sabía que mi madre no se lo creía, que ella sabía mejor que nadie que mi prisa cotidiana por salir de casa se debía a la mala relación que tenía con mi hermano gemelo. Yo seguía con aquella tonta envidia infantil hacia él y a mi madre eso le dolía en el alma.
Uno no se da cuenta de lo que le quiere alguien hasta que se ve al borde de la muerte. Cuando me desperté aquella tarde del 12 de marzo de 2004 en una cama de la Unidad de Quemados del Hospital Severo Ochoa de Leganés, lo primero que vi fue la cara de mi madre desencajada por el dolor. Aunque los médicos me habían sedado, sentía un dolor tremendo en todo mi cuerpo, especialmente en el torso y en la cara. No era del todo consciente de lo que había ocurrido la mañana anterior en la estación de Atocha, pero en pocos segundos me di cuenta que mi vida había cambiado para siempre. Ya nunca volvería a poder trabajar con normalidad, pues había perdido la funcionalidad en una de las manos. Ya nunca volverían a confundirme con mi hermano gemelo, pues mi cara había ardido como una mecha después de la explosión y tendría que pasar por numerosas operaciones e injertos de piel para llegar a tener una cara que no fuera la del monstruo de un cuento infantil. Ya nunca volvería a sentirme poco querido por mi madre ni a sentir envidia de mi hermano. El amor y la paciencia que demostraron durante aquellos aciagos días me reconciliaron con ellos para siempre. Ahora me da igual salir antes que después. Mi hermano salió antes que yo de la tripa de nuestra madre por una cuestión de azar. Por una cuestión de azar también sufrí yo el atentado terrorista, pues podría haberme sentado en otro vagón. Pero yo había estado intentando vengarme toda la vida del azar saliendo antes de los sitios. Dicha venganza me salió muy cara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario