Al caballero Arnaldo le gustaba comer las setas asadas con la salsa de la carne los domingos. Era un hombre de costumbres, aunque dichas costumbres eran un poco extrañas y más bien podrían considerarse manías o supersticiones. Antes de desayunar, tenía que hablar con alguien, pues si no el desayuno le sentaba mal. Si se cruzaba por la calle con un gato blanco, tenía que salir rápidamente en busca de otro gato negro y no desfallecer hasta encontrarlo. Si pasaba por debajo de una escalera, tenía que tirar una moneda de poco valor al suelo. Y si andaba cerca de un muro, acto seguido tenía que hacer una penitencia. Locuras como éstas tenía a cientos, tantas que le condicionaban su vida de una manera exagerada. A veces, las rígidas y absurdas normas que se había impuesto a sí mismo entraban en conflicto. Por ejemplo, si un día mientras se bañaba se le caía la esponja, no podía volver a agacharse en lo que quedaba de día. Pero su código interno le mandaba agacharse cada vez que viera a una monja. ¿Qué tenía que hacer entonces si un día por la mañana se le caía la esponja y después veía a una religiosa?. Como hemos dicho, le gustaba comer las setas asadas con la salsa de la carne de los domingos, pero la carne de los domingos era otra absurda autoimposición, pues realmente no le gustaba la carne.
El caballero Arnaldo lo tenía todo. Era tremendamente rico y gozaba de una envidiable belleza. Era alto y fuerte, con una brillante melena rubia y unos ojos verdes que quitaban el aliento a más de una jovencita. Pero Arnaldo no había tenido una infancia normal....
Ya sé que llega un poco tarde...
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